viernes, 9 de noviembre de 2012

Rezar por el ayer

     En la víspera del año 2000, Leonard Leibovici, profesor de medicina interna en Israel y experto en infecciones hospitalarias, realizó un estudio sobre el efecto de la oración curativa con 4000 adultos que habían desarrollado una infección durante su estancia en el hospital. Preparó un riguroso protocolo, usando un generador de números aleatorios para dividir a los participantes en dos grupos, sólo uno de los cuales sería objeto de oraciones, y con un impecable sistema doble ciego: ni los pacientes ni el personal del hospital sabían quién estaba recibiendo tratamiento -de hecho, ni siquiera conocían que se estaba realizando un estudio-. Los nombres de todos los pacientes que estaban en el grupo de tratamiento fueron entregados a un individuo que rezó un momento por la salud y la plena recuperación del grupo en su conjunto. Leibovici estaba interesado en comparar tres resultados entre los grupos que fueron objeto de oración  los que no lo fueron: el número de muertes en el hospital, el tiempo total de estancia en el hospital y el tiempo de duración de la fiebre. Al analizar los resultados, empleó varias medidas estadísticas para evaluar la importancia de cualquier diferencia. Como suele suceder, el grupo de control (28,1% frente al 30,2%), aunque la diferencia no fue estadísticamente significativa. Lo que sí fue científicamente revelador, sin embargo, fue la gran diferencia que hubo entre el grupo que fue objeto de oración y el grupo de contgrol en lo que respecta a la severidad de la enfermedad y el tiempo de curación. Las personas que fueron objeto de oración tuvieron una fiebre de mucha más corta duración, pasaron menos días en el hospital y se recuperaron más rápido que las del grupo de control.

     El tema de las investigaciones de Leibovici -los efectos curativos de la oración- no era desde luego ninguna novedad. Pero su estudio presentaba un giro que sí era novedoso. Los pacientes habían estado en el hospital entre 1990 y 1996. La oración se realizó en el año 2000 -entre cuatro y seis años después.

Del libro "El Experimento de la Intención", de Lynne McTaggart

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