domingo, 24 de febrero de 2013

la cooperación social es intrínsecamente gratificante para el cerebro humano

James Rilling y Gregory Berns, profesores de antropología y de ciencias del comportamiento, respectivamente, en la Universidad de Emory, de Atlanta, observaron en tiempo real el comportamiento del cerebro durante un acto altruista, empleando para ello escáneres de formación de IRMF para registrar la actividad cerebral de un grupo de mujeres mientras participaban en un juego llamado el dilema del prisionero.

El dilema del prisionero es un juego clásico que se utiliza para evaluar los niveles de cooperación entre dos personas. En la versión más típica, se les dice a dos participantes que imaginen que los han arrestado por robar un banco, y los encierran en celdas separadas, aislados el uno del otro.

Por el momento, la policía no tiene pruebas suficientes para inculpar a ninguno de los dos, de modo que el abogado visita a ambos por turnos y les propone un trato. Cada uno de ellos puede delatar al otro (lo cual en el juego se denomina “desertar”) o guardar silencio (“cooperar” con el otro). Si solo uno de ellos traiciona al otro, mientras que el otro no dice nada, el chivato quedará libre y el otro cumplirá una sentencia máxima de diez años; si ambos se traicionan el uno al otro y confiesan, ambos serán condenados a cinco años de cárcel, y si los dos guardan silencio, únicamente se los acusará de tenencia ilícita de armas y ambos quedarán libres tras cumplir una condena de seis meses.

El dilema es que, aunque las dos partes salen más beneficiadas si confiesan que si son objeto de traición, el resultado en sí mismo es peor que si los dos guardan silencio y cooperan el uno con el otro. […]

Rilling y Berns se quedaron perplejos al descubrir que la cooperación mutua –que los dos jugadores eligieran guardar silencio- era el resultado más común. Y lo que es más, cuando los dos compañeros cooperaban, ambos mostraban una activación del núcleo caudado y del córtex cingulado anterior, las mismas áreas del cerebro que se activan cuando una persona recibe una recompensa o vive una experiencia placentera.

Cooperar con alguien es literalmente su propia recompensa.

Como parte del experimento, Rilling y Berns examinaron asimismo la actividad cerebral cuando los participantes jugaban con un ordenador, y este hacía de compañero. En ambos casos, las áreas cerebrales relacionadas con el placer no se iluminaban.

“Nuestro estudio es el primero en demostrar que la cooperación social es intrínsecamente gratificante para el cerebro humano, incluso cuando se nos presiona para que hagamos lo contrario –dice Berns-. Esto sugiere que el impulso altruista de cooperar está biológicamente implantado en nosotros”.

Extraido del libro "El Vínculo", de Lynne McTaggart

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